La infancia tiene el don de aparentar felicidad, ternura y despreocupación; así parece que nos sentimos cuando estamos cerquita de un peque que volotea al lado nuestro.
Esto es real, sin lugar a dudas. Pero sería un error pensar que ellos tan pequeños e inocentes ante el transcurrir de la vida, no sienten y padecen lo que acontece a su alrededor. El entorno le influye.
Nuestra función, tanto del psicólogo como de los papis es entender sus emociones, acompañarles en su gestión y guiarles en la solución.
Nos gustan los encuentros terapéuticos sencillos y reales sin procesos arduos o complejos porque ellos necesitan cercanía y dinamismo; comprensión y guía.